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La noche llegó sin apuros y el calor del día, aun brotaba del pavimento; sin embargo, la calle no se encontraba sola, pues los niños del barrio la ye, estaban jugando como de costumbre el partido de futbol.
Las horas pasaron y la música de los bares fue callando las demás voces para sólo escucharse una sola melodía, de igual forma la algarabía infantil término a los pocos minutos.
La gente viene y va, los carros llegan se estacionan para después volver a su circulación matutina en las vías de Caucasia. No obstante, esa noche la muerte se acercaba sin previo aviso. Sentado al frente de su casa Juan Fernando hablaba con unos de sus trabajadores, tal vez de la labor del próximo día o de un chiste, ya que la risa se mezclada con su tono tosco y sus movimiento se asemejaban a los de un humorista.
De pronto el sonido de una moto, parecida al que suele oírse cuando la policía patrulla las calles, se aproximaba por la vía que daba al parque del palmar; sin embargo, nada parecía fuera de lo normal, ya que la zona estaba custodiada por un sinnúmero de soldados, por motivo de los asesinatos ya efectuados semanas anteriores.
Dos hombres, cada cual con chaleco y casco venían en la moto, pero aun todo parecía calmado, hasta el justo momento en el que uno de ellos saca de su pantalón un arma de fuego y empieza a disparar sin pensar en su margen de error, como lo denominó un policía minutos después del hecho, al tratar de dar de baja al señor Juan Fernando.
La sorpresa fue inmediata, y la impresión de lo ocurrido no lo asimila ninguno, el trabajador por buscar escudarse se tiró hacia atrás, pero su patrón aun yacía sentado en la misma posición y sin decir ninguna palabra.
El desespero de una joven se intensifico cuando el color rojo empezó a cambiar el de azul cielo de la camisa de su padre, y este como inconsciente de la situación se levanto la camisa y noto varios orificio donde segundo antes sólo había piel. La sangre brotaba con rapidez de su prisión y la fuerza se perdía al caer al suelo el cuerpo manchado de Juan Fernando.
Todos se escuchaba pero ni los rumores se oían. Muchos decían con fuerza: ¡Busquen una ambulancia! ¡Busquen una ambulancia! Aunque lo único que llegaba eran ojos curiosos que querían ver la victima de la noche. Cinco minutos tuvieron que transcurrir para ver como la policía en un intento fallido, limpiaba su negligencia al llevar al señor Juan Fernando al hospital donde murió a las pocas horas de llegar.
Finalmente, son muchas historias como estas las que se pueden encontrar en Caucasia en estos tiempos de guerras, donde ya no existe la diferencia entre victima y criminal.